El momento clave en su aventura como emprendedores llegó cuando surgió la opción de coger el Celler d’en Toni. «Una oportunidad como esta hace que te plantees rehacer tu vida» dice Marcel. Entonces él dirigía una escuela de conducción y Guille tenía un restaurante propio en Sant Fruitós de Bages. Desde aquel momento, el proyecto comenzó a cocerse y tardó un año y medio en salir del horno. «Muchas llamadas de teléfono y muchas preguntas. Lo más difícil para un proyecto así es el tema del dinero. Hay un traspaso y una inversión, y hay un banco que te apoya, en este caso MoraBanc, unos avalistas que confíen en ti, y hay un plan de negocio que sustente todo esto«, dicen.
Diez meses después de abrir están contentos. Cuando entras a el Celler d’en Toni han cambiado algunas cosas, y otras no. Coger el relevo de un local tan emblemático es complicado. Te quedas con una buena base de clientes, pero con la presión de no poder bajar el nivel. «La semana antes no pude dormir mucho. Es como si te dan un coche World Rally Car y te dicen que lo lleves al máximo. Me daba respeto estar a la altura «, dice Guille.
Recuerdan que las primeras semanas cada cliente era un examen, y parece que, visto con perspectiva, han sacado buena nota. La carta del restaurante sigue la filosofía del Celler con producto de máxima calidad y elaboraciones sencillas. Aquella cocina de siempre, que no pasa de moda. Ahora bien, poco a poco se va notando la personalidad de los nuevos responsables. Guille tiene una mano especial para los arroces y son parte esencial de la carta. «Cada dos meses cambiamos la oferta y vamos haciéndola más personal sin abandonar el espíritu de siempre del Celler».