Hace más de treinta años la película Regreso al futuro instaló en la memoria colectiva de toda una generación la idea de una realidad que en 1985 parecía lejana. No puedo negar que, millennial como soy, veo con emoción como algunos de esos inventos maravillosos se han ido materializando: la “hoverboard”, la videollamada, televisión a la carta, ropa que se seca sola y, más recientemente, hologramas que son prácticamente indistinguibles de la realidad.
Pero el coche… bueno, esa es otra historia. Hoy, casi tres años después de haber dejado en el pasado aquel “lejano futuro”, todavía no es posible hacerse con uno de esos… Casi todo el mundo recuerda que el Delorean con el que el Doc Brown vuelve del futuro era un coche volador, pero yo tengo muy presente que lo que más me impresionó no fue eso, sino que funcionaba con basura. ¡Un coche que no representara un gasto y que ayudara al medioambiente!
Bien entrados ya en 2018, los coches aún no vuelan y siguen contaminando. Sin embargo, el coche del futuro está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana. No el que vuela o funciona con desechos, sino el que necesita poco o nada de combustible para transportarnos.
La industria del vehículo eléctrico ha avanzado a pasos agigantados desde que en 1997 se lanzara el Prius, revolucionando el mercado del automóvil híbrido doméstico. Hoy pueden comprarse coches que funcionan totalmente con electricidad que pueden cargarse en la calle o incluso en nuestro propio garaje, ya circulan por el mundo unos 2.000.000 de vehículos eléctricos y los principales fabricantes calculan que para el 2025 estarán produciendo más de un millón de coches eléctricos cada año.