«El pastor del Gorbea avisa: “No habrá ni tres días de sol seguidos en verano”». Cuando vi este titular, me puse a investigar quién podía ser este personaje, y parece ser que los pastores de esta montaña vasca son gurús de la meteorología popular en España (corregidme si me equivoco). Entonces, me deprimí y me puse nostálgica recordando el año 2017, no solo porque fue el segundo año más caluroso desde 1880, sino también porque invertir fue idílico: todo subía y las noticias eran exclusivamente buenas o incluso excelentes, como el crecimiento generalizado de las economías o la rebaja de impuestos en USA.
Estamos en la mitad del 2018 y seguimos buscando el verano, como Chris Rea en su canción Looking For The Summer, tanto en nuestro entorno como en los mercados. Es cierto que el clima no es tan agradable para las subidas como el año pasado, cuando la guerra comercial era más bien una leyenda urbana, y ahora que si acero, que si China, que si G7, coches, NAFTA… A nivel político, Europa parecía un oasis de tranquilidad y, al mismo tiempo, su economía crecía por encima de la americana (gráfico 1). Hoy los datos han retrocedido desde los niveles que sugerían un 3% del crecimiento del PIB, y los recientes acontecimientos en Italia nos han recordado lo fragmentado que es el sistema político europeo.
En el 2017, los mercados emergentes generaban crecimiento, pero jamás incertidumbre, y las commodities subían lo justo para ayudar a sus fabricantes sin perjudicar a los consumidores. Como el dólar estaba en caída libre, dejamos de mirar las estadísticas de los déficits y de la deuda externa, pero hace un mes que han vuelto a ser importantes (cuando el dólar se dio la vuelta). No sorprende que el rally no quiera continuar y que los inversores hayan vuelto a lo que siempre les iba bien: el sector tecnológico.