Dicen que cuando pruebas un vino te bebes un territorio, una cultura, una manera de ser, y de hacer. Quizás es por eso que la viticultura es una de las actividades más identitarias que podemos encontrar.
En Andorra, después de muchos años donde el cultivo de la viña se perdió, hoy volvemos a tener bodegas productoras de vino. Unos cuántos aventureros han vuelto a plantar cepas, a vendimiar y a vinificar. Han recuperado una actividad milenaria para hacerla con el conocimiento, la formación técnica y la dedicación de las nuevas generaciones, y esto es construir una nueva Andorra, hacer un país nuevo.
Proyectos como el de la Borda Sabaté y Casa Auvinyà son más que interesantes para un país como Andorra, por razones que tocan el propio mundo del vino, pero que van más allá. Cómo explican sus responsables, si solo pusieran en valor la cuenta de resultados, quizás muchos cerrarían la persiana, pero en la balanza hay más variables. Hay un compromiso y una pasión sin límites por un mundo con el que disfrutan, hay un componente de herencia familiar y generacional y también hay una voluntad de hacer un producto que hable del país.
Han pasado unos años desde la primera cosecha de la primera bodega y hoy hay cinco proyectos diferentes y vinos que van más allá de los varietales blancos de montaña. En el catálogo de vinos andorranos hay tintos como el Pinot Noir, vinos de hielo e incluso una propuesta de vino espumoso. Además, proyectos como los de Borda Sabaté y Casa Auvinyà han recogido premios internacionales en los últimos años.
La viticultura es una buena opción para hablar de Andorra, para atraer turismo y para conservar uno de los activos más valiosos que tenemos, nuestro territorio, una parte vital de una nueva Andorra comprometida con el entorno y sostenible.