¿Cuál es la mayor adversidad a que has tenido que hacer frente en estos 12 años de carreras? ¿Cómo la superaste?
Cada año nos ha pasado una cosa u otra (caídas, averías, gastros, salirnos de la ruta y perdernos por el desierto, etc.). Pero la experiencia más adversa ha sido esta pasada edición, al inicio de la quinta etapa empecé a perder aire de la rueda. Era sobre el kilómetro 16 o 17 de los 145 que nos esperaban. Ese fue el primer pinchazo de no sé cuántos que tuve ese día: la cámara que puse no duró más de unos 15 o 20 kilómetros. Iba hinchando para intentar llegar al avituallamiento 2 (kilómetro 70), donde había una mesa de reparación. Llegar fue un infierno, parando cada 2 por 3 para poner aire. Las piernas y la cabeza no me funcionaban. Finalmente llego al avituallamiento, desmonto la rueda y el neumático estaba lleno de pinchos. Una vez saqué todas las espinas, puse una cámara nueva y… ¡¡ pffffffff !! Con la misma velocidad que la hinché, la rueda se deshinchó y yo también. Ya no podía más, llegar allí me costó mucho, estaba cansado, no llevaba más cámaras y mucho menos una cubierta nueva. No podía recibir asistencia, así que me tumbé bajo una sombra, me zampé un bocadillo que me había preparado por la mañana y estuve allí un buen rato. El cansancio era tanto, que me quedé dormido y roncando en aquella sombra. Entretanto, los corredores iban pasando y el final de la carrera se estaba acercando.
Pasaron unas dos horas y llegó un grupo que se había perdido. Entre ellos estaba el ironman y aventurero, Valentí Sanjuan. Esto me tocó la fibra: ¿Qué hacía yo allí tumbado? ¿Por qué había tirado la toalla tan pronto? ¿Cómo me podía permitir no luchar hasta el final? Pero, ¿qué podía hacer? Mientras me pasó todo esto por la cabeza, el grupo se marchó y llegó otro corredor muy maltrecho y que también estaba a punto de abandonar. Le pregunté si tenía cámaras de repuesto y me dejó una. Él estaba muy molido, y yo con problemas mecánicos. Así que salimos juntos y empezamos a tirar. Desgraciadamente la cámara tampoco aguantó mucho: cada 10 o 15 km tenía que volver a poner aire. El viento en contra tampoco nos ayudaba. Pero yo cada vez tenía la moral más alta. Quedaban 30 km, el compañero más abatido y mi rueda ya no aguantaba ni 1 km. Necesitaba una cámara nueva sí o sí. Mi compañero ya no tenía otra y tampoco teníamos constancia de más corredores detrás de nosotros. El tiempo se agotaba. Pues toca volver a desmontar la rueda, buscar los agujeros y poner unos parches.
Afortunadamente las condiciones cambiaron: el viento nos favoreció y ahora además, era cuesta abajo. La moral y las fuerzas cada vez más altas. Aún así, la rueda volvió a dar la lata, pero con aquellas condiciones sólo tuve que poner aire 8 o 10 veces más. Al final entramos en meta en 11:20 horas; nos sobraron unos 40 minutos. ¡Lo había logrado! Ya sólo quedaba la última y corta etapa para volver a ser finisher. El hecho de superarlas y de terminar, fortalece el cuerpo y sobre todo la cabeza. Vuelvo cada año cargado de nueva energía.