Cíborgs, cohetes y ciudadanos
Experts | 08.05.2018 | Fernando de Frutos
La ciencia ficción tiene un largo historial de incumplimiento de plazos. En el cambio de siglo, los humanos estaban lidiando con Windows XP, pero nada parecido a la épica pelea con HAL en 2001: Una odisea del espacio. Y como en 2019 los replicantes están lejos de convertirse en una amenaza para los humanos, Warner Bros. lanzó una secuela de Blade Runner estableciendo la acción en 2049.
Uno se pregunta por qué, con un historial tan pobre, no situaron la fecha en un futuro más lejano; pero con LA tan cerca de Silicon Valley, la elección tal vez sea solo un reflejo del actual entusiasmo en las áreas de robótica e inteligencia artificial.
En los albores de estas disciplinas, el progreso fue más bien lineal, ayudando a automatizar una creciente gama de actividades rutinarias y predecibles, pero no pudiendo reemplazar a los humanos en actividades contextuales complejas que implican juicio. Sin embargo, el crecimiento exponencial en el poder de computación parece estar acercándonos al punto de inflexión en el que los ordenadores pueden comenzar a ser más inteligentes que los humanos.
Entre las muchas consecuencias sociales que acarreará este salto tecnológico, habrá un profundo impacto económico. Una automatización masiva afectará drásticamente a los principales factores de producción. Comenzando por la mano de obra, según un informe de la consultora McKinsey, el equivalente a 1.100 millones de empleos podrían automatizarse con las tecnologías existentes. Como sucedió con la transición desde una sociedad agrícola, también se crearán nuevos tipos de empleos, pero la tasa de reemplazo dependerá críticamente de la velocidad de la transición; un informe reciente de la consultora Bain estima que la automatización en el sector Servicios podría desplazar trabajos dos o tres veces más rápidamente que en transformaciones anteriores.
El impacto sobre el capital será menos directo. En una primera etapa, la premura por la automatización requerirá de grandes inversiones de capital, impulsando los tipos de interés. Sin embargo, una vez se haya agotado el potencial de automatización, los tipos se desplomarán, ya que nos quedaremos con una economía con una demanda deprimida debido a los bajos salarios y altos niveles de desempleo y una baja necesidad de nuevas inversiones de capital.
Por supuesto, habrá también ganadores por la automatización. Quienes tengan la suerte de evitar ser reemplazados por una máquina o un algoritmo disfrutarán de salarios más altos en la medida que su productividad aumente. Pero las proporciones importan, y si la mayoría de la población está desempleada o con empleos mal remunerados, es de esperar una fuerte reacción política contra la casta tecnológica. Anticipando tal escenario, prominentes magnates de la tecnología como Elon Musk están abogando por un «ingreso básico universal». Desde una perspectiva económica, un salario universal puede verse como una monetización de los derechos de ciudadanía, una vez que la sociedad no produce suficientes empleos para distribuir riqueza.
Pero no hay que llevarse a engaño; después de años arbitrando el sistema impositivo internacional, los potentados de Silicon Valley están tramando cómo escapar de la gravedad jurisdiccional mediante el desarrollo de sus propios programas espaciales. Si Bezos o Musk algún día colonizan Marte, no tendrán que pagar impuestos (siempre que no haya marcianos). Un aspecto intrigante es cómo se regulará el comercio interplanetario; y aquí es necesario recordar que fue el bloqueo dictado por la Federación de Comercio sobre el planeta Naboo el que desencadenó la Guerra de las Galaxias.
Este artículo forma parte de Mercados y Estrategias, la publicación mensual en la que nuestros expertos de MoraBanc Asset Management analizan y dan su visión sobre los temas de actualidad económica internacional.
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